Con los establecimientos penitenciarios desbordados y los presos hacinados, el franquismo improvisó numerosos centros de internamiento y campos de concentración, adaptando a esos fines diversos monasterios, como el de San Pedro de Cardeña, convertido primero en centro de clasificación y prisión de categoría B (en los cuales se preparaban los Batallones de Trabajadores) y  a partir de abril de 1938 en cárcel de los internacionales, esto es, de los voluntarios de las Brigadas Internaciones, que fueron tratados con suma dureza y sometidos a un trato degradante.